(Fuente: La Vanguardia, 2015)

Nadia García Sicard[1] / Carlos Díaz[2]

La aproximación al concepto de islamofobia preside de los principios del racismo entendido no como racismo biológico practicado hasta la Segunda Guerra Mundial en la Alemania nazi, sino como el racismo cultural como nueva práctica de dominación. El racismo cultural se basa principalmente en el discurso concentrado en inferiorizar las costumbres, valores, creencias pertenecientes a un grupo de personas. El discurso racista cultural contemporáneo deforma las características culturales e identitarias del “otro”, hasta lograr crear un nuevo imaginario que lo describe como aquellos seres inferiores, bárbaros, incivilizados o terroristas. El resultado de estos imaginarios es la creación de estereotipos culturales inmersos en especial en la cultura occidental. “Las representaciones islamófobas que ven a los musulmanes como salvajes que necesitan de las misiones “civilizadoras occidentales” es el principal argumento para encubrir los planes militares y económicos globales/imperiales” (Kumar, 2012, pp. 33-39).

(Fuente: El Mapa Político, 2017)

Cristhian Fernando Sanchez Giraldo[*]

La dinámica internacional actual evidencia la crisis en la que están sumergidas las instituciones democráticas modernas, el indiscutible vacío de poder que sirve de excusa política, económica y social en una población que expresa a viva voz el descontento por la conservación de una estructura tradicional que se niega a desaparecer. 

(Fuente: PulsoSocial: 2014)

Jorge Hernán Rincón Ochoa[1] y Katherine González Serrano[2]

En los últimos años la Alianza del Pacífico (AP) ha venido avanzando en la consolidación de un proyecto comercial que sirva para la inserción de Chile, Colombia, México y Perú en el concierto de la cuenca de Asia y Oceanía para la ampliación de las ventajas en los intercambios entre ambos espacios geográficos.

(Fuente: Registraduría Nacional del Estado Civil, 2013)

Por: Dulfary Calderón Sánchez[1]

La participación no solo debe ser vista como el poder que se otorga a los ciudadanos únicamente en las urnas para elegir representantes políticos en un periodo electoral determinado, sino que debe trascender a espacios de seguimiento de las acciones que llevan a cabo los gobernantes, así mismo debe ser entendido como un elemento articulador de cohesión social para la toma decisiones que afecta su entorno colectivo. Para Merino (1996) implica participar en la administración de los recursos, en las decisiones públicas y en esas acciones que influye en la esfera social.

(Fuente: Televisa, 2017)

Milena Alexandra González Piñeros[1]

Turquía más democrática que nunca.  Con los resultados del referendo constitucional del pasado 16 de abril, la sociedad turca afronta los retos que impone la democracia cuando se recurre al cambio de la Constitución, en un escenario de crisis, como mecanismo de estabilización política. Tal como lo señala Elster (1994) “casi siempre se escriben las nuevas constituciones después de una crisis o de circunstancias excepcionales de algún tipo […] Por mucho […] el vínculo entre crisis y creación constitucional es muy fuerte” (p.370).

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