(Fuente: El Espectador)
“Me llamaban alias Rodrigo Granda, pero ese es mi verdadero nombre: Rodrigo Granda Escobar. En las Farc era Ricardo Téllez”. Así, desde una esquina de la mesa, parecía despedirse de su nombre de guerra uno de los líderes de las hasta ayer Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, cuando, uno a uno, los voceros se pasaban el micrófono para que la prensa supiera con más claridad cómo citarlos hoy, cuando el acrónimo Farc significa otra cosa.
Algunos empezarán a usar los nombres con los que sus madres los bautizaron; otros conservarán, como un recuerdo de medio siglo de lucha armada, los nombres que les dio la selva, como Pastor Lisandro Alape. Por violenta que hubiese sido, la guerra fue casi toda la vida de muchos de los que hoy ingresan a la arena política y, por supuesto, que los embarga la nostalgia. El congreso de las Farc, que terminó ayer en Bogotá, fue un reencuentro entre mucha gente que no se veía hace décadas, de gente que creía que la otra estaba muerta.
Pero fue un encuentro que definió las bases que sostendrá su estructura en otro conflicto —el de la política—, en el que intentarán mantener la sustancia ideológica que guió a la guerrilla durante su actuar armado y revolucionario. Iván Márquez, o mejor Luciano Marín Arango, no lo negó ni un solo instante y, desde una mesa llena de rosas en la que no estaba Timochenko, lanzó el objetivo por el que ingresaron a la vida política legal: “Queremos ser gobierno o formar parte de él”.
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