(Fuente: El Tiempo)
En la precaria escuelita hay un teléfono público. A veces obligan a la víctima a marcar un número al llegar a esos parajes lejanos, para que le indiquen el punto exacto del pago de la vacuna, si por El Caimán, si por Caño Gringo... En otras ocasiones conocen de antemano dónde deben acudir a entregar los millones exigidos. Se puede buscar, tanto en ese lugar como en otro sitio de los alrededores donde se mueve la disidencia, a alias Johny, uno de los jefes en el área. Es de los pocos mandos accesibles y razonables, a decir de quienes le conocen en la zona rural de Malvinas.
En la minúscula vereda solo existe el centro docente reseñado y un par de billares destartalados como lugares de encuentro de la comunidad. Lo demás son fincas ganaderas dispersas entre lomas suaves. Si uno no encuentra al guerrillero, puede dejarle una nota para concertar una cita. Lo requieren para intentar que rebaje sus pretensiones económicas o para arreglar un problema entre vecinos. Hasta el momento, solo cobran vacuna a los forasteros, ni un peso a los colonos de Malvinas, a una hora larga en moto por trocha desde San Juan de Lozada, la población más grande de la zona, de tan solo dos calles polvorientas. Cuando las Farc mandaban, todos debían cancelar una suma por cabeza de res, pero ahora que la nueva organización guerrillera está reconquistando el espacio, optaron por ganarse la simpatía de los habitantes en los territorios apartados que han convertido en sus principales guaridas y no les piden nada.